La sandía, como otras frutas de verano, conjugan los dos principios básicos de una alimentación correcta: son deliciosas y están repletas de beneficios.
En verano las temperaturas suben, los días se alargan y redoblamos nuestras actividades. Las sandías son un buen producto para ayudarnos a prosperar en estas condiciones: nos brindan la energía y los nutrientes que nuestro cuerpo necesita, nos facilita la refrigeración del organismo al mantenerlo hidratado, incluso colabora a protegernos del sol.
En el mundo de actual ya no resulta extraño encontrar disponibles la mayoría de las frutas todo el año, pero la diferencia está en consumirlas en su estación; más frescas, más sabrosas y más nutritivas.
Piensa por un momento la alegría de morder una sandía fresca y madura; qué diferencia a hincar el diente a una fruta que carece de sabor y textura.
Con su cáscara verde oscuro y pulpa roja brillante, las sandías son una fruta llamativa. No es de extrañar que sean las favoritas de verano. Pero hay más en la sandía de lo que se ve a simple vista.
Son 92 por ciento de agua, lo que los convierte en un refrescante perfecto para esos calurosos meses de verano. Pero también son mucho más que agua. Estas frutas son ricas en vitamina A (que es importante para la salud ocular y aumenta la inmunidad) y en la vitamina C (que fortalece el sistema inmunológico).
La sandía tiene un buen nivel de vitamina B6 (que también ayuda al sistema inmunológico). Y también es una buena fuente de potasio, un mineral necesario para el equilibrio del agua (y para prevenir los calambres musculares) que también ayuda a mantener el corazón sano.
Y esta fruta es una fuente fantástica de licopeno, un poderoso antioxidante que protege la piel del daño solar. De hecho, la biodisponibilidad del licopeno de la sandía parece ser incluso mayor que la de los tomates rojos.
Y ahora son más fáciles de consumir, pues buena parte de las sandías que ve en el mercado no contienen “pepitas”. Pero tengan claro, contrariamente a lo que podría haber escuchado, las sandías sin semillas son el resultado de la hibridación, un fenómeno perfectamente natural. Hace un par de décadas, las sandías sin semillas eran difíciles de encontrar, pero hoy representan alrededor del 60 por ciento de las que se venden. ¿Y esas «semillas» blancas que aún se encuentran en sus rebanadas sin semillas? En realidad, son sacos vacíos de semillas y son perfectamente seguros para comer.
Para elegir una sandía, déjese aconsejar por su frutero, años de seleccionar y catar producto les da facultades casi extrasensoriales para distinguir un artículo listo para su consumo. Pero si es de los que prefiere hacerlo por usted mismo, aquí van algunos detalles que le pueden ayudar. Busque una sandía firme y simétrica que esté libre de contusiones, abolladuras o cortes. La sandía debe ser pesada por su tamaño (porque es principalmente agua). Además, hay una prueba acústica que no suele fallar. Golpee la sandía, sin sobrepasar los límites del maltrato; es importante que la sandía completamente madura produzca un sonido profundo y hueco cuando la golpeas, en lugar de un sonido sólido y superficial.
Para su conservación en casa lo ideal es dejarla fuera de la nevera. En un lugar fresco y seco alejado de otras frutas. Pero si decides cortarla, o has optado por las medias sandías – una forma de comercialización cada vez más habitual -, entonces deberás de guardarla en la nevera, recubierto de papel film, para así evitar que se reseque.
¿Listo para refrescarse?